Sólo un par de veces rozaron mis ojos los suyos, estaban tan
abiertos y tan prestos a que yo me deleitase al verme reflejado en aquellos;
los rastros de una ligera afeitada se dejaban lucir en aquel límpido rostro
suyo y aquel tono grisáceo de esa barbita mañanera, barbita suya de la cual se olvidó
la navaja que maniobraba. Tu mirada me pedía algo, me imploraba, al igual que
mis ojos te deseaban. Tú, sentado allí, vestido con esa camiseta color verde
militar con motas negras, y yo,
divisándote desde arriba, esperaba a que viniera otro segundo más para que
nuestras pupilas se vuelvan a encontrar. Y se volvieron a buscar, e incluso al
final fuiste tu quién terminó buscándome, buscando aquella mirada que ya nunca
más te concedí. Por miedo, tal vez, por inseguridad, tal vez, por todo…
Me querías ceder el asiento, yo lo sé… sin embargo tu lengua
presa del nerviosismo de tus labios no dejó salir aquellas palabras que por un momento
tan intensamente esperé. Te levantaste, me lo cediste, pero esas pupilas
desesperadas, las tuyas, se volvieron dueñas de las mías, aun así no me
recuerdes, aun así, jamás vuelvas a verme.
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